05 febrero, 2017

La mañana del quince del mes nueve te presentaste. Yo presté toda mi atención: quería saber a quién pertenecía esa mirada, la que entonces consiguió que algo en mi sistema nervioso dejara de funcionar y que a día de hoy aún balbucea. Desde ese instante y durante todos los días, toda mi atención no fue mía, sino tuya. Unos cuantos meses y miradas más tarde, con un invierno que venía tarde y que pretendía llevarse consigo el sonido de tu nombre, mi vida cambió; pues ya no era solo verte, sino ser testigo de una mirada cómplice que entendía que algo entre tú y yo no había hecho más que empezar.

[...]

A menudo me quedo absorta y es que en realidad, adoro las historias con final abierto, y ya ves qué paradoja: aquí estoy, muriendo a versos y a prosa por saber cómo continuará.

1 comentario:

  1. Al leer esto, puede ser que haya encontrado algo dentro de mi, o que me haya dado cuanta de algo, que antes no sabía, o no quería saber, pero alomejor ya es demasiado tarde, o alomejor no...
    Aquí dejo este final tan abierto como tú historia.
    Y aquí estoy llorando en silencio, por no darme cuenta de estás cosas, pero supongo que es inevitable y que las historias nunca se quedan abierta, por qué todas tienen inicio y final.

    ResponderEliminar

cuéntame lo que quieras... ¡no te cortes!