29 marzo, 2013

Maddy

El teléfono era rojo y estaba húmedo. Todo en la habitación lo estaba. Una humedad caliente y cargada de quién sabe qué. Era pequeña pero muy acogedora; quizás demasiado oscura. La cama estaba deshecha y entre las sábanas blancas descansaba un rayo de luz que entraba sin permiso por la persiana de cáñamo. Cargada de aire caliente que salía de entre las paredes, escapaba el humo del tabaco por  una ventana mediana que quedaba casi oculta por la persiana. Madera estropeada y cristales sucios. Me senté en la cama y pegué mis mejillas al cristal. Vi caer los primeros rayos de sol, estrenando una primavera que ya me estaba atosigando; pero era bonito ver cómo vestía la ciudad. Noté las manos frías de Maddy caminando con un roce que no estaba del todo convencido de posarse en mi espalda, pero navegaban ligeramente descubriendo mis lunares. Sé que le encantaba contármelos, aunque eran aún más infinitos que el choque de nuestros corazones. Me quitaba el vestido con los labios, con los dientes. A bocados. Tan dulce y tan sensual. Muy suave y muy lento... porque ella sabía bien lo que me excita. Todo el aire ardiente se fundía con mi frenesí envolviendo una habitación que nos espiaba sigilosa. Bailábamos entre las sábanas surcando todos los cielos. Días y horas. Su movimiento de vaivén llevó mis mejillas al color más cálido y las gotas de sudor eran víctimas de esos bruscos y excitantes movimientos. Maddy buceando a sus anchas por mi piel, y yo quería más. Sus pechos se erizaban y su cabello oscuro y largo se movía suave en cada suspiro y en cada orgasmo. Pero no era suficiente. Nada era suficiente. Cogió un cigarrillo y se lo fumaba acelerado mientras miraba con ojos achinados la ciudad al otro lado de la ventana.
No puedo quitarme esa imagen de la cabeza. La luz ardiente iluminando sus labios entreabiertos de seda; dejando escapar de su boca un humo que bailaba con ella y aún no: no era suficiente un cigarrillo para apagar la llama, el éxtasis, el deseo de volver a comerme y beberme de nuevo. Maddy era una droga y me tenía agarrada de la manera más suave y excitante posible.
Pero rompió la línea que nos unía y que nos separaba, la delgada línea entre nuestra habitación y la realidad. Rompió las normas. Nuestras normas jamás pactadas. Se quemó con el fuego de nuestro juego. Maddy sabía que yo no quería una copa fuera de la habitación, ni una llamada con amor. Yo sólo quería tenerla en mi cama y hacerle el amor las veinticinco horas del día. Mirarla desde un plano tan cerca y tan lejos mientras me subía el alcohol a la cabeza. Pero Maddy ya no estaba: La dejé ir. Con una lágrima desbordada, las cejas fruncidas y el orgullo en el puño; la dejé ir.

Aunque sé que en el firmamento me esperará.

20 marzo, 2013

James

Adiós, mi amor.
James siempre soltaba frases del mismo estilo, siempre con esa voz rasposa y siempre con esa prisa por decir lo que nadie es capaz de hacerle callar. Cada vez más me dejaba sin habla /y sin corazón/. 
Observaba embobada durante horas sus ojos: grandes, negros, brillantes. Me quería perder en ellos y sentirme como un ave otra vez,  pero él seguía frunciendo las cejas con una tristeza atascada en el esternón. Y yo qué podía hacer. Al fin y al cabo, eso era una despedida. Era una despedida de por vida. (Aunque yo no quisiera creérmelo). Había agotado todas las posibilidades de hacerle recordar a quién estaba sacando de nuestra vida. Nuestra y no suya. Porque ya habíamos comprado Antares y nos mudamos al espacio exterior. Quizás debería haber volado hasta la estratosfera y no dejar que nuestro orgullo cayera. O quizás nuestros corazones exhaustos debieron explotar. Pero de alguna manera y durante todo el tiempo que fuimos uno, existía un tipo de unión entre James y yo. Una unión que jamás firmamos en el juzgado; no porque no quisiéramos, sino porque no era necesario. Supongo que nuestra firma quedó sellada en la noche del veintiséis, bastante más lejos de ése parque de madera vieja que crujía y tiritaba. Ese martes todas las luces de la ciudad se negaron  a dormir. Yo también lo habría hecho entonces, pero nunca he sido buena para engañar al tiempo /ni a la razón/.

El deporte favorito de James era sonreír. Aunque en otoño también fue pisar las hojas secas en el suelo de aquellas viejas vías de tren. Ya no puedo recordar con nitidez el cruce de nuestras miradas, los roces de nuestras manos ni los besos de aquella noche. Sólo recuerdo que había llovido y que dejé escapar el tiempo; y eso perdurará siempre en nuestras consciencias. También recuerdo que la madera quebradiza del parque estaba mojada. Pero al fin y al cabo sólo son recuerdos perdidos en un cuaderno, junto a unas cuantas notas en el piano. Recuerdos de todas esas cosas que fuimos y que no somos.

19 marzo, 2013

Maude

Su cara me recuerda a una manzana y cuando la miro se sonroja y me la imagino brillante y jugosa. Me gusta cuando me invita a entrar en mi cama pero la tormenta me desquicia. Si hay algo a lo que realmente temo; eso es el viento. La luz tiembla desde un cable roído por los pensamientos, y estos cuelgan a su vez de unas vigas de madera. Quizás sea por los recuerdos que aún vagan silenciosos por entre las grietas del jergón, pero aún huele a antigüedad aquí dentro. El viento empuja furioso y hace bailar la cortina verde del cuarto de mamá. Me recuerda al  movimiento de vaivén que cuelga de mi juicio. Cada vez que Maude me mira noto cómo me golpea un calor en las mejillas. 

Sonríe con ganas y yo la recuerdo en el otoño del 2000. Incluso cosiendo nuestras ya rutinarias discusiones la amé. Y deseo no dejar de recordarla nunca; Siendo siempre la chica-manzana bipolar. Ella era Maude. Era Maude por fuera... Era ella alegre, ella sonriente, ella loca, eufórica, chillona. Saltaba, corría, gritaba, reía, bailaba, y enloquecía en cada octava de su canción. Era Maude en color. Era Maude de rojo. Rojo por fuera...  

Cuando conoció a su nuevo novio, Maude sacó las garras y ya no sonreía para saludar ni tampoco para darme las gracias por las canciones del tintero. La recuerdo cada vez más perdida o más enloquecida. Cada día corría y buscaba y no se encontraba... pero ahora ya lo sé: seguía siendo Ella. Seguía siendo la chica-manzana. Con sus ojos color miel y sus pecas realzadas. Maude... Ella por dentro... Ella triste, ella atemorizada, ella callada, silenciosa, perdida, ausente. Callaba, paraba, lloraba, dormía, y se perdía... Era Maude en blanco y negro. Maude de blanco. Blanco por dentro... 

Y luego estás tú... que eres y no eres. Que estás pero no estás. Que me deseas y yo no lo sé... me cantas, me encantas,  y quizás estás ahí: sorprendiéndome, hechizándome, alejándote... ¡o esperándome! A caso será siempre o jamás. 
Estás tú que no existes. 

...y que por eso te tengo que inventar.

16 marzo, 2013

Jim

los días acaban
y los telones caen,
las obras terminan,
y los episodios se agotan.

el café se gasta; la taza se desgasta.


el misterio duerme, los recuerdos estallan;

el amor: a kilómetros de mi debilidad, de mi flaqueza. 

ya no vuelan los acordes ni cantan tus miradas.

ya no lamento los silencios,
ya no echo de menos las caricias suicidas;
escondidas en cualquier renglón.

cuando los labios de Jim se quedan entreabiertos, 

yo me muero.
(y están dispuestos a un susurro que no se atreve,  que muere en el intento)

corazón que no olvida, alcohol que no cierra heridas, 
palabras que ciegan una batalla ganada (o una batalla perdida).

un por qué reciclado, un quizá atascado en un pentagrama. 
sueños que no acaban, cosquillas que limpian lágrimas, 
besos en el aire: en la cama.

el cacao en su piel y la miel en mis labios. 
conquistar con palabras, sexo por carta.

miedos.

porque:

los días se acaban,
los telones caen,
las obras terminan,
los episodios se agotan

amor con ser, amor con estar:
y existir, permanecer, flotar y bucear, abandonar, parecer, padecer, reír, sonreír, conquistar, vivir, morir...


vibrar.