03 noviembre, 2021

hoy solo me apetece llorar




24 mayo, 2019

Hace tanto tiempo que no me siento a escribir que ya ni siquiera recuerdo cómo se hace. Parece como si en algún momento de mi –aún corta– vida, hubiera perdido la necesidad de contar cosas y que, ahora, de golpe, me vienen todas a la vez, casi atragantándome.

Escribo tan rápido como pienso mientras lloro desconsoladamente como hace años no lloraba, y es que en realidad, no recuerdo haber sentido tal vacío nunca antes en mi vida; yo, que llevo al menos cinco cartas de suicidio nunca terminadas a mi espalda.
Ahora, sin más, sin esperarlo, sin estar preparada para ello, un golpe de realidad me ha venido en forma de cambio y me hace sentir incapacitada para la vida, a la vez que estúpida por dejarme llevar por la más tonta enfermedad mental que puede sufrir el enamorado en proceso de ruptura: dramatitis aguda.

Siempre he sabido que este momento sería uno de los más dolorosos de mi vida, y siempre he sabido que no estaría preparada para ello. Aún no siendo consciente del todo, puedo corroborarlo. A veces me gustaría no tener tanta facilidad de palabra e intercambiar esa "virtud" por cualquier otra, como por ejemplo, tener la fortaleza mental de autoanimarme en los malos momentos o ser más optimista, aunque yo soy de ese tipo de personas en peligro de extinción que piensa que la gente sí cambia; esto me convierte en una perfecta alumna del optimismo, aunque me lo tomaré con calma: es un proceso de aprendizaje para personas con un alto nivel de paciencia (esa, desde luego, no soy yo).

He estado ocho años junto a una persona. Igual no parecen muchos, pero estoy segura de que han sido los más importantes de lo que durará mi vida: desde los 18 hasta los 26, justo esa etapa donde creces y maduras en casi todos los aspectos de la vida. Yo no sé al resto del mundo, pero a mí compartir esa etapa con alguien me parece, cuanto menos, importante. He pasado de ser una niñata ilusa a ser una mujer, y aquí me ahorraré el adjetivo.

Si tuviera que quedarme con algo de estos ocho años, sin duda sería el constante aprendizaje y el hecho de que siempre haya sido mutuo; y de haber visto nuestra relación con los ojos de una persona ajena a ella, hubiera envidiado a más no poder todo lo conseguido  por ambos: el respeto, la admiración y el amor sin cláusulas; también mutuos.

Somos víctimas de esa gran enemiga común con todas las parejas: la temida monotonía; pero aún somos más que eso, somos presas de nosotros mismos, que hemos caído en la eterna confianza del "todo irá bien", y aún dolorosamente, también esta forma de acabar es un aprendizaje, o al menos, así es como creo que hay que verlo.

Espero que algún día me sienta con la fortaleza de continuar esta carta, eso significará cerrar una herida.

10 septiembre, 2018

Michael

por favor, no digas nada, pero cada vez que me miras...
me mareo.

y si me hablas de ansias, créeme, recaigo.
el frío cala hondo y el viento sopla con fuerza, así que,
murmúrame y sobresáltame, porque yo ya no estoy segura de nada.

cuando vienes me haces sentir como una drogadicta, esperando mi inyección,
convenciéndome a mí misma
de que no me convienes.
pero tú apareces y desapareces y hablas de ganas y de alcohol.
y sonríes suave,
y vuelves a desaparecer
en una ciudad
inconsciente.

(como descargas eléctricas en el alma)

24 marzo, 2017

Sentirse cerca no tiene nada que ver con los centímetros ni con la distancia, y mucho menos con la latitud;
más bien tiene que ver con las estrellas y con los anhelos. Esa sensación se manifiesta, por ejemplo, cuando el deseo es sinónimo de correspondencia y de afecto.


 Concluía febrero, decía...
 y ahora sin embargo termina marzo
y créeme,
 ya noto quemar la primavera en los ojos.

[Que a mi juicio lo que yo quisiera sería derribar protocolos.]